5.
Fueron a ver una obra de teatro. Trataba de unos tipos en pijama que interpretaban personajes como “El General y La Sirvienta” o “El Juez y El portero” en varios actos, todas son escenas con un fuerte contenido social. Además, los actores llevan máscaras de distintos animales, así que tenemos, por ejemplo, a un “Gran Explotador” con cara de cocodrilo verde hablando por teléfono y gritando.
Carolina mira el escenario prestándole atención a todo, mientras que su celular vibra (cada veinte minutos llama alguien) pero ella no contesta, se limita a apretar un botón cada vez que esa cosa emite vibraciones. Luego vuelve a mirar el escenario.
- ¿Te gustó la obra?
- Sí, estuvo buena.
Caminaron por Pedro de Osma.
Mario no sabía exactamente qué hacer, pero con seguridad abrazó a Carolina por la cintura. Luego miró el asfalto mientras avanzaban cogidos de la mano, y Carolina tenía una extraña expresión en la cara, como si lo que estuviera haciendo de gustara mucho aún sabiendo que está mal.
- ¿Y te gustó la obra?
- Sí. Ya te dije que estuvo buena.
Mario había intentado llamar la atención de Carolina de muchas maneras, había pasado los dedos por su brazo y Carolina lo había mirado con un par de ojos soñadores, como diciendo: ¿qué pasa? Y Mario miraba el escenario, y luego volvía a llamar a Carolina, esperando a que de un momento a otro sus bocas chocasen y se quedaran pegadas para siempre. Pero eso no sucede, es más, nunca va a suceder.
- ¡Es una maldita perra! -grita aquel tipo de pijama gris, el “Gran Explotador”, con cara de cocodrilo verde, mientras habla por teléfono y bebe de un vaso con lo que parece ser whisky.
- Oye -dijo Mario llamando la atención de Carolina.
Carolina se acercó un poco más.
Mario pudo percibir un poco de ese olor.
- ¿Qué?
- Nada, olvídalo.
Una vez en la calle, Carolina le dice:
- Te ves triste.
- Es que soy una persona muy triste.
- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
- Podemos ir a un lugar, a beber.
- ¿A dónde?
Era un local en una esquina, un lugar llamativo, al fondo los clientes podían fumar marihuana con tranquilidad. Habían cuadros. Cosas colgaban del techo. En la parte de al fondo había un cartel con la imagen de un niño rubio cazando mariposas: See Jimmy trip. Trip, Jimmy, trip.
Se sentaron cerca a la puerta en un sillón. Era temprano y había poca gente. Apenas se sentaron, se miraron las caras y no supieron qué decir. Todo olía a incienso y a Carolina le pareció extraño. Estaban sonando Los Abuelos de la Nada. Junto a ellos, una chica con una especie de delantal preguntó si iban a pedir la oferta:
- ¿Qué oferta? -preguntó Carolina.
- Dos jarras por diecinueve soles.
Era temprano y había poca gente.
- OK.
- Una cosa más -dijo la chica del delantal-, la mesa está reservada.
Señaló una especie de letrerito.
Se pusieron de pié. Avanzaron entre las mesas y las sillas y se estacionaron frente a un espejo que colgaba inclinado y ocupaba casi toda la pared. Carolina se sentó dándole la espalda. Empezó a sonar “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí”.
- Qué gay...
Y siguieron sin decir una palabra.
Miguel Abuelo empezó a improvisar instrumentos y a correr por todo el escenario. Era un concierto en alguna parte de Buenos Aires. Lo estaban pasando por DVD en un rincón del bar.
- Mario -la voz de Carolina sonó desde el fondo de sus pulmones.
- ¿Qué pasa?
No dejaba de ver la pantalla del televisor. Un físico culturista negro ha subido al escenario. Tiene el cuerpo cubierto de aceite dorado. Sus pectorales y sus músculos brillan por la luz de los reflectores. Empieza a hacer poses y sus músculos se hinchan. Se tensan. El físico culturista sonríe. La gente se ha vuelto loca.
- ¿Vas a besarme?
- Claro que voy a besarte.
Mario no deja de mirar la pantalla del televisor.
- Hace rato yo te besé, sentí que tú también querías hacerlo...
- Claro que voy a besarte.
- Y no quiero sentir que no te animas, ¿ves? Me es muy difícil.
Mario asintió. Miró la pantalla del televisor. Carolina se sintió mal. De un momento a otro, Mario la besó.
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